CITA PERFECTA

CITA PERFECTA

Se pasó toda la tarde preparándose, ilusionada como una quinceañera.

Eligió sus mejores galas, se maquilló concienzudamente e intentó poner un poco de orden en el rebelde amasijo que desde su más tierna infancia había sido su pelo.

Se introdujo en el vestido por lo pies para no volver a alborotarse esos cabellos que tanto le había costado domar a duras penas.

Se calzó los zapatos de tacón, no muy altos, porque a su edad ya no estaba para andar haciendo equilibrios…

Su edad…

De repente, como un relámpago caído del cielo le vino la revelación: ¿A dónde iba ella, vieja patética, a sus 67 años, como si fuera aún una mozalbeta?

Ese peso se le vino encima tan pesado como la conciencia de la losa de mármol que pronto descansaría bajo su lápida.

La embargó una tristeza infinita como un mar de nubes grises que cubriese toda luz, que lo anegase todo de tinieblas, que hacía olvidar los rayos del sol y su calor al incidir sobre la piel, hasta el punto que lo olvidó incluso a él.

Se sentó con ganas de llorar aunque supiese que ya no le quedaban lágrimas, a punto de rendirse a la evidencia, cuando de repente sonó el timbre de la puerta.

Era él, precisamente en ese momento, no antes ni después, él, ahí estaba.

Venía hecho un pincel.

A sus setenta años aún conservaba sus maneras de joven galán, pero, al contrario que en ella, el efecto no resultaba patético, sino admirable – o, al menos, así se lo parecía a ella, que siempre se deshacía en suspiros cada vez que lo veía –

Él le mostró la mejor de sus sonrisas, encantadora como fue siempre, limpia, amable, generosa con todo el que quisiera corresponderle.

Y sonreía a pesar de haberse percatado de que ella no estaba en su mejor momento.

Y su sonrisa era sincera, pues no comprendía porque una mujer tan sumamente atractiva podía tener dudas de su propia belleza, pues, cuando la miraba, no la veía como una anciana de sesenta y siete años, sino como la mujer perfecta que siempre había sido, y que siempre sería.

Pero su propia incomprensión no quebraba el encanto de su sonrisa, sino que lo acrecentaba.

Así que, sin dilación, no le permitió que siguiera por esos derrotistas pensamientos.

La cogió del brazo y la obligó a salir, tal y como llevaban días planeándolo, como dos adolescentes que anhelaran ir a un baile prohibido.

Ella no las llevaba todas consigo. – Es un hombre muy atractivo… ¿Por qué se habrá fijado en una pobre vieja como yo? –

En esos pensamientos andaba ella sumida, caminando automáticamente, sin pensar, casi colgando sin fuerzas, sin vida de su brazo, notando como a cada paso le pesaban más los pies, casi arrastrándolos.

Hasta que, de repente, al doblar una esquina, justo de frente, en la luna de un escaparate vio el reflejo de dos jóvenes que se acercaban agarrados como dos enamorados.

Ambos eran hermosos, y sonreían con sana prodigalidad, lo que los hacía aún más hermosos. Y ella sonrío para sus adentros, porque repentinamente se percató de que esos jóvenes eran ellos dos, cogidos del brazo, de camino a su cita perfecta.

Y volvió a recuperar su compostura.

Y con ella, su lozanía, su belleza, su juventud, que siempre estuvieron en ella, aunque por un breve lapso de tiempo dejara que las nubes grises de la vejez la conquistaran

Pero aquello no fue más que una batalla perdida: al final consiguió ganar la guerra, que es lo que cuenta.

Y se dio cuenta de que la guerra contra el tiempo no es más que una guerra que libraba dentro de su propia mente, puesto que el tiempo, en realidad, no existe: no existe un ayer, no existe un mañana, siempre es el momento presente.

Y todo volvió a ser perfecto entre ellos una vez más.

6 comentarios en “CITA PERFECTA

  1. Cuesta asumir el paso del tiempo, solemos mirar hacia atrás, pensando qué podría haber sido o echando de menos lo que ya fue, mientras la vida nos saluda a nuestra espalda sin que le prestamos atención. Sea como sea siempre hay que continuar, da igual las arrugas o la carga que llevemos acumulada.

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